el arma que pudo arrasar el planeta y sigue oculta en secreto
Teknalix julio 1, 2025 No hay comentarios

A lo largo de las últimas décadas se han construido bombas capaces de alterar el equilibrio del planeta. Desde Hiroshima hasta los actuales sistemas hipersónicos, la carrera de armamentos ha dejado tras de sí un historial que supera con creces cualquier lógica de defensa. Hay armas conocidas, probadas, incluso celebradas por sus creadores como logros científicos.
Pero también existen otras que nunca llegaron a explotar y cuya existencia es ya motivo de alarma. Entre ellas, una destaca por encima de todo: Sundial, una bomba diseñada para liberar 10.000 megatones de energía. Nunca se detonó, ni siquiera se terminó de fabricar, pero fue real. Su potencia bastaba para borrar del mapa territorios enteros y su historia se mantuvo en secreto durante años.
Las bombas atómicas lanzadas sobre Japón en 1945 abrieron la puerta a una nueva era. La destrucción que provocaron —con solo 16 y 21 kilotones— fue suficiente para mostrar lo que la ciencia podía hacer al servicio de la guerra. Pocos años después, esa capacidad se multiplicó, puesto que en 1961, la Unión Soviética detonó la Tsar Bomba de 50 megatones.
Fue la explosión nuclear más potente jamás registrada que provocó una bola de fuego de 10 kilómetros a la redonda, una nube radiactiva que alcanzó los 65 km de altura y una onda expansiva que dio varias veces la vuelta al mundo. Pero mientras todo el foco internacional miraba hacia Moscú, en Estados Unidos ya se pensaba en algo mucho más grande.
Cuando 50 megatones no eran suficientes
Mientras los soviéticos se anotaban el tanto de la bomba más poderosa jamás activada, Estados Unidos trabajaba en una idea que superaba cualquier límite anterior. El Proyecto Sundial surgió en pleno auge de la Guerra Fría, desde el Laboratorio de Livermore, con Edward Teller como principal impulsor.
No se trataba solo de igualar a la URSS, sino de dejar claro que la potencia estadounidense podía llevar el desarrollo nuclear mucho más allá. La propuesta no era una exageración táctica, sino un plan de construir un sistema de doble explosión. Primero, una bomba de mil megatones llamada Gnomon.
Esa primera detonación activaría la segunda, Sundial, con una potencia total estimada en 10.000 megatones. Para hacerte una idea, hablamos de 200 veces la fuerza de la Tsar Bomba. Si hubiese explotado, podría haber generado incendios monumentales, alterando capas completas de la atmósfera y extendido una nube radiactiva a escala global.
Se trataba de una bomba pensada para funcionar desde el espacio, no desde tierra firme. Su tamaño y su capacidad eran tan desproporcionados que no existía ningún avión ni misil capaz de transportarla. La única forma viable de probarla habría sido lanzándola desde una plataforma orbital, algo que ni siquiera entonces estaba tecnológicamente resuelto.
Pese a ello, existieron planes reales para realizar una prueba bajo la operación Redwing de 1956, pero finalmente fue cancelada. La acumulación de obstáculos técnicos, las dudas internas, así como el avance de tratados internacionales, frenaron el proyecto. Pero el diseño no desapareció, sino que quedó archivado como clasificado, por lo que aún sigue activa.
Una bomba diseñada para no usarse nunca
A diferencia de la Tsar Bomba, que fue anunciada y mostrada como símbolo de poder, Sundial era una amenaza secreta. Esta lógica forma parte de una etapa de la Guerra Fría donde lo importante no era destruir, sino tener la posibilidad de hacerlo, pero la disuasión se convirtió en el lenguaje de los tratados, las escaladas, los pulsos entre bloques.
Aunque hoy ese diseño no tenga sentido militar —ni un objetivo, ni una plataforma de lanzamiento adecuada— su significado permanece. Una bomba así no tiene aplicación táctica, ya que no se puede usar en combate y no se puede lanzar contra una ciudad debido a que puede provocar el colapso climático y humano de medio planeta.
Hoy las superpotencias ya no compiten por tener la explosión más grande, sino por hacerla más precisa, más rápida, más difícil de interceptar. Las armas nucleares actuales son más pequeñas, pero más sofisticadas. Ojivas múltiples, drones submarinos, misiles hipersónicos que cambian de trayectoria en pleno vuelo o sistemas diseñados para esquivar cualquier escudo defensivo.
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